miércoles, 28 de junio de 2017

Ada Lovelace, un homenaje a la precursora de la programación informática

Es curioso de qué manera en ciertas situaciones la psique captura ideas y recuerdos desperdigados y establece sus conexiones en una red, tal y como si fuera una máquina programada para esto. Hace dos meses, a lo largo de una comida en la casa de unos amigos, uno de los comensales a quien  no conocía comenzó a charlar de un compañero suyo que según lo que parece se había separado últimamente de su mujer. El comentario era que su nueva pareja resultaba —empleando el término con el que al final resumió los títulos que le dedicó— un esperpento, y que no se explicaba qué habría visto en ella para resolverse a mudar una mujer por otra. Bueno, afirmé  irónicamente desde el otro lado de la mesa, es posible que las mujeres tengamos otros aspectos a valorar que no tengan relación con nuestro físico; seguro que tu compañero ha visto en ella cualidades sobre lo que  estimas esencial en una persona.

Ya lo sé, la anécdota no tiene nada de extraordinario: día a día en muchas conversaciones todo el planeta censura o bien critica el aspecto de las mujeres de conformidad con esos patrones ideales a los que estamos aparentemente obligadas, que se difunden en gacetas, en la publicidad, en la TV, en todas y cada una partes, por el hecho de que la imagen femenina prosigue teniendo por sí misma un alto valor, un valor mercantil, que se antepone a cualquier otra cualidad o bien talento que una mujer pueda tener. Y de esta forma viene ocurriendo desde hace siglos. Como la psique se mueve sola por donde desea, el pasado día me devolvió ese episodio de el alimento, que prácticamente había olvidado, en el momento en que me hallaba en frente de la reproducción de La dama plateada en la breve muestra que el Espacio Fundación Telefónica dedica a Ada Lovelace, la predecesora de la programación informática. Y es que mirando la recreación de esta robot, una muñeca que bailaba con un pájaro en la mano, me acordaba del excepcional relato de mil ochocientos diecisiete El hombre de arena con el que Y también.T.A. Hoffmann inauguró el género literario de la ciencia ficción. En uno de sus capítulos, Nataniel, el protagonista de la historia, se enamora de la androide Olimpia a lo largo de una celebración. La muñeca es tan bella que su imagen le obsesiona, se olvida de su prometida Clara y empieza a visitarla cada tarde, pasando las horas sentado junto a ella y hablándole, leyéndole fogosos poemas mientras que la toma de la mano, de su mano inerte, y le semeja advertir que su muy, muy bella cabeza asiente en silencio a sus proclamas cariñosas, y que en silencio le entiende. Para Nataniel, ninguna mujer real va a poder lograr jamás la perfección de Olimpia, pues  reúne en su frío cuerpo todas y cada una de las beldades de un ideal femenino.

En el siglo XIX los inventos mecánicos y los descubrimientos científicos alumbraban el planeta con su luz de progreso. Los robots eran los complejos juguetes de esta modernidad, y La dama plateada que se exhibe en la Telefónica animaba ciertas fiestas a las que asistía Ada Lovelace, donde la alta sociedad se codeaba con intelectuales, artistas y científicos. De esta manera conoció Ada al matemático Converses Babbage, dueño de la muñeca, que era conocido por haber inventado un artefacto mecánico para calcular, la Máquina de las Diferencias, y que pasó media vida tratando de crear y mejorar su otra gran obra: la Máquina Analítica, un primitivo antecedente de los ordenadores.

Fuente: Al-norte.com

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